JUAN DIEGO QUESADA 05/12/2009 El País.com
Llovía en un pueblo de Galicia, era viernes y hacía un frío de mil demonios. Daban las doce en el reloj de la iglesia. Los forenses y funcionarios del juzgado, resguardados bajo los paraguas, abrieron la cancela del cementerio, oscuro y envuelto en un silencio sólo roto por las campanadas. Delante de una hilera de nichos, el enterrador retiró la lápida de mármol de Crisanto López, un adinerado empresario muerto dos años antes. Metió después la cabeza en el hueco y no vio la caja. Tanteó con el brazo por si acaso y sólo acertó a tocar telarañas y un ramo de flores secas.
Minutos más tarde, el secretario judicial dejó escrito en el acta, con letra de funcionario y tinta corrida por el agua, lo siguiente: "No hay ningún cuerpo enterrado en el nicho". Un dong hueco proveniente del campanario anunció que era la una.
Han pasado dos semanas desde aquello, pero en Cee, un pueblo de la Costa da Morte, sigue lloviendo. De camino a San Tirso, una aldea cercana, hay que esquivar una jauría de perros mojados. En lo alto de una colina está la casa de Enrique Caamaño, un taxista que mantiene una dura pugna por la herencia de Crisanto con las tres hijas legítimas del empresario. El lugareño asegura que nació de una aventura amorosa que mantuvieron su madre y el empresario hace 50 años, en medio de este paisaje de vacas y hórreos. Como hijo, dice tener derecho a una parte de su legado, estimado en unos 12 millones de euros. Para desenredar el asunto, una juez ordenó que se tomaran muestras del cadáver para demostrar si de verdad era o no su padre, pero cuando se abrió el nicho allí no quedaba nada. Ni ataúd ni cadáver. "¿Cómo se atreven a ocultarlo de esa manera tan descarada?", se pregunta Caamaño en la puerta de su casa.
Todos miran a las hijas, pero ellas niegan una y otra vez tener algo que ver. La mañana lluviosa en la que se abrió el nicho, ni siquiera aparecieron por el cementerio. El cura de esa parroquia, Manuel Vázquez, mantiene la teoría de que el sarcófago permanece aún en el cementerio: "No creo que hayan transportado el cuerpo, seguramente sigue en el mismo panteón de la familia. En el nicho de arriba o de abajo. Trasladarlo es un follón". La Guardia Civil piensa lo mismo, que quien lo haya hecho no se expondría a trasladar el ataúd por carretera, ahora que se multiplican los controles para sorprender a los pescadores furtivos.
Cuando el enterrador retiró la lápida, la silicona estaba aún fresca. El robo tuvo que producirse pocos días antes. Hay más nichos alrededor con la silicona reciente, por lo que pudo ser introducido en alguno de esos agujeros. Quién sabe. Es un misterio. Mientras, el panteón está precintado y por el camposanto apenas se ve a una anciana que retoca las flores de plástico de las tumbas. No se acerca a la de Crisanto López.
Allá por los años sesenta, en la aldea de San Tirso apenas vivían 30 personas. Crisanto López era el más popular de la comarca, un visionario al que se le ocurrió exportar madera a Marruecos. Hizo fortuna. Suyas son casi todas las tierras de la zona. A pesar de su fama de mujeriego, estaba casado y tenía tres hijas. Ocupaba un caserón en la entrada. Unos metros más arriba, vivía de niño Enrique Caamaño y su madre, una mujer que tiene hijos de varios padres. Caamaño aún vive en la aldea y afirma que desde que tiene uso de razón sabe que Crisanto es su padre. Éste le regaló una moto, le felicitaba siempre por su cumpleaños y le dio su primer trabajo en la boyante Maderas Crisanto. "Era una relación peculiar, pero siempre me trató con cariño", explica ya en la cocina de la casa.
Crisanto y su familia se mudaron más tarde a un edificio en el centro de Cee, junto al Ayuntamiento. Creció su popularidad. Era muy querido. En una época de muchas penurias, dio trabajo a mucha gente. Al jubilarse dejó el negocio en manos de las hijas. Se dedicó entonces a estar en familia, dar paseos por el campo y visitar la vieja serrería. Estaba orgulloso de su obra. Empezó de pequeño con un hacha y una carretera y acabó levantando un pequeño imperio.
Poco antes de morir, decidió regalar a Caamaño una casa en la aldea. Se supone que era la herencia que le iba a dejar a su hijo ilegítimo. Carmen, la hija mayor, anuló el acuerdo. Pensaba que su padre, aquejado de demencia senil, estaba siendo engañado. Ahí empezó la guerra por la herencia.
Tiempo después, en junio de 2007, Crisanto murió a los 81 años. Caamaño interpuso una demanda de paternidad y negoció durante dos años con las hijas. "¡Te tengo debajo de un ojo!", se gritaron la última vez que se reunieron. No hubo acuerdo. Ellas estaban dispuestas entonces a hacerse las pruebas de filiación y evitarse el mal trago de exhumar el cadáver, pero el Instituto de Medicina Legal consideró mejor hacerlas directamente con el muerto. Así no había posibilidad de error. Y en una mañana de cielo encapotado fue cuando el enterrador abrió el nicho y se encontró con la nada. Alguien había robado el cuerpo del maderero. Los culpables podrían enfrentarse a cuatro años de cárcel por dos delitos, uno de profanación de cuerpo y otro de obstrucción a la justicia. Carmen, Rosa y Angelina niegan tener algo que ver con la desaparición del difunto y dicen que, si acaso, ellas son las víctimas. ¿Dónde se esconden los restos del hombre que fue sepultado en el entierro más multitudinario que se recuerda en Cee? Angelina se ofende cuando alguien duda de su palabra y argumenta que el propio taxista "ha podido estar haciendo teatro". "Quizá al ver que se iba a demostrar que no era hijo, se deshizo del cuerpo. O algún amigo lo ha cogido y lo ha echado al río. Qué sé yo", apunta misteriosa.
Alberto, el marido de Rosa, habla con naturalidad de la fama de conquistador de su suegro: "Antes, un hombre de dinero que vivía en una aldea, estaba con muchas mujeres. No creo que se sepa nunca dónde está el cuerpo. Y mejor que no aparezca; el taxista no merece llevarse ni un duro".
En los bares del pueblo no se habla de otra cosa. Un amigo de la familia cree que las hijas se equivocaron de plano al no incinerar a su padre: así se habría acabado el problema. Nadie podría reclamar nada. "No era ningún secreto que Crisanto tenía hijos sin reconocer. Puede haber un puñado más", añade apoyado en la barra. Y tras la confesión empiezan a aparecer los nombres de un pescador, un labrador... Todos se dan un aire a Crisanto.
'Se busca un cadáver' es un reportaje del suplemento 'Domingo' del 6 de diciembre de 2009
Han pasado dos semanas desde aquello, pero en Cee, un pueblo de la Costa da Morte, sigue lloviendo. De camino a San Tirso, una aldea cercana, hay que esquivar una jauría de perros mojados. En lo alto de una colina está la casa de Enrique Caamaño, un taxista que mantiene una dura pugna por la herencia de Crisanto con las tres hijas legítimas del empresario. El lugareño asegura que nació de una aventura amorosa que mantuvieron su madre y el empresario hace 50 años, en medio de este paisaje de vacas y hórreos. Como hijo, dice tener derecho a una parte de su legado, estimado en unos 12 millones de euros. Para desenredar el asunto, una juez ordenó que se tomaran muestras del cadáver para demostrar si de verdad era o no su padre, pero cuando se abrió el nicho allí no quedaba nada. Ni ataúd ni cadáver. "¿Cómo se atreven a ocultarlo de esa manera tan descarada?", se pregunta Caamaño en la puerta de su casa.
Todos miran a las hijas, pero ellas niegan una y otra vez tener algo que ver. La mañana lluviosa en la que se abrió el nicho, ni siquiera aparecieron por el cementerio. El cura de esa parroquia, Manuel Vázquez, mantiene la teoría de que el sarcófago permanece aún en el cementerio: "No creo que hayan transportado el cuerpo, seguramente sigue en el mismo panteón de la familia. En el nicho de arriba o de abajo. Trasladarlo es un follón". La Guardia Civil piensa lo mismo, que quien lo haya hecho no se expondría a trasladar el ataúd por carretera, ahora que se multiplican los controles para sorprender a los pescadores furtivos.
Cuando el enterrador retiró la lápida, la silicona estaba aún fresca. El robo tuvo que producirse pocos días antes. Hay más nichos alrededor con la silicona reciente, por lo que pudo ser introducido en alguno de esos agujeros. Quién sabe. Es un misterio. Mientras, el panteón está precintado y por el camposanto apenas se ve a una anciana que retoca las flores de plástico de las tumbas. No se acerca a la de Crisanto López.
Allá por los años sesenta, en la aldea de San Tirso apenas vivían 30 personas. Crisanto López era el más popular de la comarca, un visionario al que se le ocurrió exportar madera a Marruecos. Hizo fortuna. Suyas son casi todas las tierras de la zona. A pesar de su fama de mujeriego, estaba casado y tenía tres hijas. Ocupaba un caserón en la entrada. Unos metros más arriba, vivía de niño Enrique Caamaño y su madre, una mujer que tiene hijos de varios padres. Caamaño aún vive en la aldea y afirma que desde que tiene uso de razón sabe que Crisanto es su padre. Éste le regaló una moto, le felicitaba siempre por su cumpleaños y le dio su primer trabajo en la boyante Maderas Crisanto. "Era una relación peculiar, pero siempre me trató con cariño", explica ya en la cocina de la casa.
Crisanto y su familia se mudaron más tarde a un edificio en el centro de Cee, junto al Ayuntamiento. Creció su popularidad. Era muy querido. En una época de muchas penurias, dio trabajo a mucha gente. Al jubilarse dejó el negocio en manos de las hijas. Se dedicó entonces a estar en familia, dar paseos por el campo y visitar la vieja serrería. Estaba orgulloso de su obra. Empezó de pequeño con un hacha y una carretera y acabó levantando un pequeño imperio.
Poco antes de morir, decidió regalar a Caamaño una casa en la aldea. Se supone que era la herencia que le iba a dejar a su hijo ilegítimo. Carmen, la hija mayor, anuló el acuerdo. Pensaba que su padre, aquejado de demencia senil, estaba siendo engañado. Ahí empezó la guerra por la herencia.
Tiempo después, en junio de 2007, Crisanto murió a los 81 años. Caamaño interpuso una demanda de paternidad y negoció durante dos años con las hijas. "¡Te tengo debajo de un ojo!", se gritaron la última vez que se reunieron. No hubo acuerdo. Ellas estaban dispuestas entonces a hacerse las pruebas de filiación y evitarse el mal trago de exhumar el cadáver, pero el Instituto de Medicina Legal consideró mejor hacerlas directamente con el muerto. Así no había posibilidad de error. Y en una mañana de cielo encapotado fue cuando el enterrador abrió el nicho y se encontró con la nada. Alguien había robado el cuerpo del maderero. Los culpables podrían enfrentarse a cuatro años de cárcel por dos delitos, uno de profanación de cuerpo y otro de obstrucción a la justicia. Carmen, Rosa y Angelina niegan tener algo que ver con la desaparición del difunto y dicen que, si acaso, ellas son las víctimas. ¿Dónde se esconden los restos del hombre que fue sepultado en el entierro más multitudinario que se recuerda en Cee? Angelina se ofende cuando alguien duda de su palabra y argumenta que el propio taxista "ha podido estar haciendo teatro". "Quizá al ver que se iba a demostrar que no era hijo, se deshizo del cuerpo. O algún amigo lo ha cogido y lo ha echado al río. Qué sé yo", apunta misteriosa.
Alberto, el marido de Rosa, habla con naturalidad de la fama de conquistador de su suegro: "Antes, un hombre de dinero que vivía en una aldea, estaba con muchas mujeres. No creo que se sepa nunca dónde está el cuerpo. Y mejor que no aparezca; el taxista no merece llevarse ni un duro".
En los bares del pueblo no se habla de otra cosa. Un amigo de la familia cree que las hijas se equivocaron de plano al no incinerar a su padre: así se habría acabado el problema. Nadie podría reclamar nada. "No era ningún secreto que Crisanto tenía hijos sin reconocer. Puede haber un puñado más", añade apoyado en la barra. Y tras la confesión empiezan a aparecer los nombres de un pescador, un labrador... Todos se dan un aire a Crisanto.
'Se busca un cadáver' es un reportaje del suplemento 'Domingo' del 6 de diciembre de 2009
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